He estado en el abismo, en las
llamas del infierno, tan cruda y nefasta es la vida o al menos así creía. Mejor
la muerte que seguir con esta agonía de vivir, cada respirar me sofocaba, cada
sonrisa me abrumaba. La sensación de no pertenecer, de buscar refugio en la
oscuridad, me dedique intensamente a la autodestrucción.
Mi alma parecía haberse
desvanecido, muy sensible para estos tiempos se quiso ocultar en el romance y
la psicodelia. Huir era la respuesta para un alma muy joven que no tenía
intenciones de aparentar valentía heroica, no quería afrontar la vida y tenía
que ser consecuente. Me empecé a envenenar.
En un espiral tormentoso me sumergí, en un remolino de lujuria, instintos,
locura y mucho alcohol me sumergí.
Luego de años en el inframundo, de tanto tiempo en las profundidades de mi propio océano mental, busqué con desesperación la vuelta atrás. Un pequeño resplandor que brillaba en las tinieblas me guio hasta la superficie, logré salir, y me quedé flotando vacilando entre nadar por mi vida o dejarme llevar otra vez por el traicionero mar de placeres inmediatos.
Sigo flotando, indeciso, contento con los rayos del sol que me acarician el cuerpo desnudo un poco maltratado, pero con miedo, miedo de no tener la capacidad para nadar toda mi vida. Me sumerjo o empiezo a agitar mis brazos en busca de ayuda, en busca de otros nadadores que motiven mi espíritu a veces demasiado reflexivo, dubitativo, pero con gran potencial combativo.